Resistencia civil... ¿la revolución del siglo XXI?
Aunque sea muy temprano para saber las características de los movimientos sociales en este siglo, si se puede ver una tendencia de hartazgo por parte de la sociedad civil hacia sus instituciones políticas. Esta sociedad civil no quiere la violencia ni la guerra. Esto se debe a que los distintos estratos sociales no luchan contra la explotación de la clase capitalista, sino por la integración de sus necesidades en la política local, estatal y federal.
Aunque siempre ha habido tipos de resistencia civil, se toma el movimiento de Gandhi como el primer movimiento de resistencia civil no violento. Desde 1918 figuró Gandhi abiertamente al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró nuevos métodos de lucha como las huelgas y huelgas de hambre, y en sus programas rechazaba la lucha armada y predicaba la no violencia como medio para resistir al dominio británico. Preconizaba la total fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil si fuese necesario; además, bregó por el retorno a las viejas tradiciones indias. Después del movimiento de Gandhi que llevó a la independencia de la India y del Pakistán, hubo varios intentos de resistencia civil, aunque estos últimos con muy poco éxito. Destaca el movimiento de John Lennon y la izquierda afro-americana que trató de luchar en contra de la guerra de Vietnam. Aunque el movimiento atrajo algunos jóvenes no tuvo éxito ni en la reelección presidencial ni en el fin de la guerra.
En el siglo XXI parece que la resistencia civil se ha puesto de moda. En noviembre del 2004 estalló la Revolución Naranja en Ucrania en el que el pueblo no aceptaba el resultado de unas elecciones que considera amañadas por los resultados que favorecen al candidato prorruso. Salió a la calle para aclamar al líder prooccidental Víktor Yushchenko, logrando que se repita el proceso electoral. Yushchenko ganó en el mes de diciembre y se descubrió que había sido envenenado durante la primera campaña.
La naranja ucraniana se exporta a Bielorrusia el 30 de marzo del 2006. Menos de año y medio después “estalla otra revolución”. En esta ocasión no fue la dispersión del voto opositor lo que dio el 83 % al oficialista Lukashenko. Y tampoco el pucherazo, que –seguramente intentado por este– no habría dado el 83 % en presencia de tantos “observadores”. Se argumentó que fue elección desigual, que el Estado utilizó su maquinaria propagandista y la intimidación de la gente para votar por el partido prorruso.
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